Tipo de historia: una nueva y gran idea

COMENTARISTA INVITADA

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Sarika Bansal
Fundadora, Honeyguide Media

Desde las favelas de Brasil hasta las clínicas de metadona en Tanzania, Bansal escribe repetidamente artículos de soluciones sustanciosos e interesantes. Ahora, Bansal es editora de The Development Set en Medium.

AL JAZEERA AMERICA

Drogados en Tanzania

Por Sarika Bansal | 3 de marzo de 2015

DAR ES-SALAM, Tanzania – Todas las mañanas, cientos de tanzanos hacen su visita diaria a la ventosa clínica de metadona ubicada en el exterior del Hospital Nacional de Muhimbili. El viaje no siempre es tranquilo. Algunos viajan en los abarrotados autobuses locales y otros caminan durante horas bajo el sofocante calor de Dar es-Salam.

Uno a uno, los pacientes se acercan a una ventanilla, donde una enfermera sentada detrás de una rejilla de metal les entrega un vaso de plástico lleno de metadona líquida. Bajo su atenta mirada, los pacientes beben el viscoso brebaje, luego de lo cual pueden continuar su día sin sentir el ansia por la heroína.

“Durante mucho tiempo, no podía vivir sin heroína”, dice Stamil Hamadi, una mujer de 34 años, de rostro con forma de corazón y presencia apacible. “Decidí probar la metadona para convertirme en una nueva persona. Mi salud comenzó a mejorar y empecé a subir de peso”.

La clínica de metadona de Muhimbili es la primera de este tipo en la región del continente africano llamada África subsahariana. Hay pocos gobiernos, donantes u organizaciones sin fines de lucro que trabajen con consumidores de heroína. Médicos del Mundo (MDM), una organización internacional sin fines de lucro que trata a los consumidores de heroína en Tanzania, estima que menos del 1% de los consumidores de drogas de todo el continente tienen acceso a servicios de asistencia, y muchos menos a planes de tratamiento como el de la metadona.

Tanzania es una notable excepción. En 2009, el gobierno nacional declaró públicamente que los consumidores de drogas necesitaban tener opciones de tratamiento concretas y comprobadas. Con la ayuda del Canadá y los Estados Unidos, el Ministerio de Salud de Tanzania aprobó un plan integral para ayudar a prevenir y tratar la adicción a la heroína.

Durante los últimos años, en los Estados Unidos aumentó el consumo de heroína y en el resto del mundo se volvió más popular. Según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), hay más de 500.000 consumidores de heroína en África Oriental, donde tocan tierra las rutas populares que atraviesan el océano Índico y que son utilizadas para el tráfico de drogas. La UNODC considera que posiblemente casi el 60% de esos consumidores viven en Tanzania y que una gran cantidad de ellos están concentrados en la ciudad portuaria de Dar es-Salam.

Poco tiempo después de que la heroína llegara a Dar es-Salam en la década de 1990, su forma menos pura, marrón en lugar de blanca, ingresó en los bulliciosos vecindarios urbanos como Temeke, donde vive Hamadi. Una dosis de heroína marrón, conocida en la calle como brownie, cuesta apenas un dólar. (A veces, la heroína blanca es llamada Obama).

“[El puerto] proporciona una gran cantidad de beneficios económicos, pero desafortunadamente también ofrece oportunidades para el tráfico ilegal de drogas”, dice Brian Rettman, coordinador del Programa Presidencial Estadounidense de Emergencia de Asistencia para el Sida (PEPFAR, por sus siglas en inglés) en Tanzania. “Los precios de la heroína aquí son de los más bajos [del mundo], lo que ha provocado una verdadera epidemia”.

Debido a que los ingresos per cápita del país están por debajo de los 700 dólares, los bajos precios de la heroína permiten que todos los tanzanos de grupos de ingresos de distintos niveles puedan probarla.

Algunos consumidores de heroína juntan dinero haciendo pequeños trabajos para subsistir, como ayudar a las empresas de autobuses a conseguir pasajeros. Otros se vuelcan a medios ilegales. Uno de los amigos de Hamadi hizo alarde del tatuaje de un águila que lleva en el pecho, el cual simboliza cómo se abalanza sobre su presa, le roba rápidamente y escapa volando. En algún momento, muchas de las mujeres que consumen heroína terminan pagando su adicción con servicios sexuales.

En Dar es-Salam, como sucede en muchos otros lugares del mundo, la heroína atrapa mayormente a los jóvenes, a los desempleados y a quienes se sienten aburridos. Hamadi tenía 18 años cuando fumó heroína por primera vez, dentro de un koktelin (“cóctel”) de marihuana. Vivía con su padre, pero a veces se quedaba en la casa de una amiga durante varios días seguidos. Una noche de 1998, en una fiesta a la que fue con su amiga, Hamadi conoció a un hombre que le ofreció un cigarrillo de marihuana curiosamente fuerte.

“Sinceramente, la primera vez no me sentí bien”, recuerda Hamadi. “Pero al día siguiente, ya lo extrañaba. Tenía frío y síntomas febriles. [El hombre] me dijo que no era fiebre. Era adicción. Le pregunté qué era la adicción, porque yo no sabía. Me dijo que aspirara algo. Aspiré dos veces y de repente me sentí alegre y fuerte”. Hamadi se enamoró rápidamente, tanto del hombre como de la heroína. Ellen Tuchman, que investiga el abuso de sustancias en las mujeres en la Universidad de Nueva York, asegura que esta es una historia muy común. “Sabemos que la red social de una mujer cobra mucha importancia desde la adolescencia en adelante”, continúa Tuchman. “Si su pareja es un hombre, este puede influir mucho en hacer que ella comience [a consumir]”.

Si bien la mayoría de las mujeres tanzanas aspiran o fuman la heroína, en el transcurso de dos años Hamadi empezó a experimentar con agujas. Buscaba llegar a los niveles de euforia pura que recordaba de cuando recién había empezado a consumir. Ese mismo año, dio a luz a un niño sano. Su pareja mantenía a la familia haciéndole creer a la gente que era vidente, explica Hamadi.

Hamadi recordó que, cuando su hijo tenía unos cuatro años, su pareja empezó a sufrir un dolor de muelas constante. Se le hinchó la mandíbula y murió a los pocos meses por causas desconocidas.

“Me sentí tan sola”, recuerda Hamadi. “Él me protegió hasta el día de su muerte. [Hasta ese momento], no sabía cómo vender mi cuerpo. No sabía cómo robar”.

Tras la muerte de su pareja, Hamadi se inició en ambas profesiones. Consiguió clientes habituales y, cuando el trabajo sexual no cubría sus necesidades financieras, entraba a las casas de la gente a robar ollas de hierro.

Varios años después, Hamadi participó en una clase de MDM para personas que se inyectaban heroína. (La organización funciona independientemente del hospital). A medida que el profesor explicaba los peligros de compartir agujas, Hamadi se dio cuenta de que su pareja había manifestado los síntomas del VIH. Como sospechaba de su propio estado, se ofreció como voluntaria para un estudio y le dijeron que era VIH-positivo. “Me alegra haberme enterado antes de buscar más problemas”, continúa Hamadi. “Ahora tomo medicamentos [antirretrovirales]”.

Comenzó a cansarse de la forma en que se desarrollaba su vida. Su hijo vivía con su abuela paterna, quien raramente consultaba a Hamadi sobre las decisiones familiares. Los robos y el trabajo sexual presentaban sus dificultades y humillaciones. Cada vez se le hacía más difícil inyectarse heroína, de tanto que había usado las venas de sus brazos y piernas. Se volvió extremadamente débil.

Afortunadamente para ella, en esa época, el gobierno de Tanzania empezó a consultar con donantes internacionales para ofrecer a los consumidores de heroína una forma de salir de su adicción.

Los donantes internacionales se interesaron en Tanzania porque el consumo de heroína se relaciona altamente con la prevalencia de VIH/sida. Aproximadamente el 40% de los tanzanos que se inyectan drogas son VIH-positivo, en comparación con el 5% de la población general. Las estadísticas son peores en el caso de las mujeres que se inyectan heroína; el Ministerio de Salud de Tanzania estima que dos tercios de ellas son VIH-positivo.

Estas alarmantes estadísticas se deben, en parte, a una preocupante práctica llamada flashblood, mediante la cual un consumidor se inyecta heroína, llena una jeringa con su sangre y se la entrega a otro consumidor. Cuando se tiene poco dinero, dicen los consumidores, inyectarse sangre con heroína permite obtener una euforia leve.

Un recorrido por una de las polvorientas salas para inyectarse heroína de Temeke, a la que los consumidores de heroína apodaron “Sheraton” debido a que equiparan drogarse con ir a un hotel de cinco estrellas, es un indicio de cuán difundida está esa práctica. Varios adictos caminan sin rumbo con jeringas llenas de sangre colgando de sus brazos inanimados, con ojos vidriosos y bocas entreabiertas.

En 2009, el gobierno de Tanzania accedió a probar trabajos de asistencia comunitaria, tal como un programa de educación e intercambio de agujas. Algunos representantes del gobierno visitaron una clínica de metadona en Vietnam, que estimaban que podía replicarse en Tanzania. “Vimos que daba resultado en otros lugares”, aclara Frank Masao, director del Centro de Rehabilitación de Muhimbili, “pero eso todavía no había sido probado en el contexto de Tanzania o del África subsahariana”.

Para el programa PEPFAR, fue fácil tomar la decisión de ofrecer metadona. “Es una alternativa económica y también muy efectiva”, afirma Rettmann. “Como ya estaba en la lista de medicamentos esenciales, ingresarla al país fue [fácil]”. Desde 2009, el PEPFAR ha gastado 15 millones de dólares en el tratamiento de los consumidores de drogas intravenosas en Tanzania. Gran parte de esos fondos se utilizaron en tratamientos con metadona.

La metadona es un opioide sintético clasificado como antiadictivo y actúa reduciendo el ansia por la heroína. Por lo general, se administra en forma líquida y la dosis para cada persona se basa en el nivel de adicción física percibido.

La metadona también reprime los síntomas infames de abstinencia de la heroína, conocidos en swahili como arosto. “No puedes dormir, no puedes comer. Tienes diarrea y calambres abdominales”, advierte Masao. “La mayoría [de los consumidores de heroína] quieren dejarla pero, como sienten tanto dolor, no pueden hacerlo”.

Dejar el hábito sin tener un reemplazo es un infierno, dicen los consumidores.

“[La abstinencia] era como un mosquito que se movía por debajo de mi piel”, recuerda Happy Assan, de 35 años, estremeciéndose ante la memoria de uno de sus días más oscuros. “Ahora, cuando me levanto, lo primero que hago es pensar en la clínica. Amo la clínica”.

Assan está orgullosa de no haberse inyectado heroína en tres años gracias al programa de metadona de Muhimbili. Luego de años de vender perfumes en la calle ilegalmente, Assan consiguió recientemente trabajo en TANPUD, un grupo nacional de defensa para personas con problemas de abuso de drogas. También dirige un grupo de apoyo semanal para las pacientes tratadas con metadona.

El tratamiento con metadona también tiene sus críticos, particularmente en cuanto a su duración. En 1998 el alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani notoriamente declaró que consumir metadona era “reemplazar una adicción por otra”, ya que los pacientes seguirían tomándola durante décadas.

Algunos investigadores, como Tuchman, creen que enfocarse en las desventajas de la metadona socava su comprobada relación costo-rendimiento. “Sabemos, gracias a 40 años de investigación, que funciona”, dice Tuchman. “Comparo [la duración del tratamiento con metadona] con las personas que tienen diabetes. Una vez que empiezan a tomar insulina, necesitan tomarla todos los días para estar bien”.

Según Masao, en 2011, cuando se abrió la clínica de Muhimbili, el plan era atender a 150 pacientes. Pero la demanda de metadona aumentó rápidamente, pues los consumidores de heroína de toda la ciudad buscaban una alternativa a su adicción.

En menos de un año, la clínica obtuvo 500.000 dólares de financiamiento para abrir dos anexos más en otras partes de la ciudad. En los últimos cuatro años, más de 2000 consumidores de heroína han empezado el programa de metadona. Masao asevera que el 60% de esos pacientes lograron seguir el estricto régimen diario.

Un motivo por el que la clínica abrió nuevos anexos fue probar iniciativas para atraer a las mujeres. Masao admite que ha sido difícil atraer y retener a las mujeres en Muhimbili. Sólo uno de cada diez clientes es mujer.

En Mwanyamala, una clínica más nueva ofrece espacios sólo para mujeres y asistencia nocturna, lo que atrae a las trabajadoras sexuales. La clínica flexibilizó la condición de aceptar sólo a personas que se inyectaran heroína, pues se descubrió que las mujeres que aspiran la droga también tienen un alto riesgo de contraer VIH. Como consecuencia de esos cambios, más del 30% de los pacientes son mujeres.

Además de la metadona, los pacientes tienen acceso completo a servicios de salud física y mental. “Nos ocupamos exhaustivamente de nuestros pacientes”, destaca Masao. “Sabemos que cuando vienen aquí, no es sólo por la metadona”. Muchos consumidores de heroína tienen antecedentes de trauma psicológico que el personal del hospital puede ayudar a tratar. Además, el personal de la clínica puede asegurarse de que los pacientes VIH-positivo reciban sus medicamentos.

En parte debido a su enfoque holístico, la clínica de Muhimbili ha sido visitada por los equipos de salud pública de varios países africanos, como Mozambique, Kenia y Nigeria.

Un año después de la inauguración de la clínica, Hamadi se inspiró al ver a sus compañeros de infortunio en MDM, donde tantas veces se duchaba y estudiaba. Varios de ellos lucían más saludables, menos demacrados. Los trabajadores del área de asistencia comunitaria de la clínica de Muhimbili también la alentaron a que empezara a tomar metadona. (La clínica de Mwanyamala aún no se había inaugurado).

Durante varias semanas, Hamadi pagó diligentemente los 0,50 dólares que valía el billete de autobús para ir a la clínica todas las mañanas antes de las once. Casi de inmediato, notó que se sentía mejor, pero apenas un mes después de haber empezado el tratamiento, Hamadi desapareció.

“Cuando dejé de tomar la metadona, me dije que también dejaría de consumir heroína”, dice Hamadi, avergonzada mientras evita el contacto visual. “Pero al tercer día empecé a sentir la sed de nuevo. Parece tener un poder malvado”.

En cualquier lugar del mundo es extremadamente difícil para los pacientes mantener un régimen de metadona diario durante muchos años. Hay problemas de logística básicos, como ir a una clínica todos los días, especialmente si queda lejos, es costosa o es incómodo llegar hasta ella.

En los primeros meses del tratamiento con metadona, es posible que el profesional médico todavía siga ajustando la dosis. Según Tuchman, si la dosis de metadona de un paciente es demasiado baja, posiblemente ansíe la heroína antes del próximo tratamiento programado.

De forma alternativa, algunos consumidores pueden no estar preparados física o psicológicamente para modificar drásticamente su estilo de vida. “Hay una interacción entre consumir heroína y no consumirla”, dice Jessie Mbwambo, psiquiatra del Centro de Rehabilitación de Muhimbili. “Desafortunadamente, la recuperación no es una línea recta. La gente va y viene, una y otra vez, entre consumir heroína y no consumirla, tomar o no metadona, hasta realmente estar preparados”.

Las mujeres como Hamadi se enfrentan a dificultades adicionales. En la mayoría de los lugares, como Dar es-Salam, hay un enorme estigma asociado con ser una mujer adicta a la heroína. “Se espera que las mujeres sean buenas madres, esposas e hijas”, dice Tuchman. “Las mujeres pueden sentirse avergonzadas o abochornadas de concurrir a una clínica tan grande”. Si bien el entorno al aire libre de Muhimbili resulta atractivo para los consumidores que buscan pertenecer a una comunidad, tal vez ahuyente a quienes valoran el anonimato.

La primera vez que la red Al Jazeera conoció a Hamadi en 2013, sus recuerdos de la metadona eran lejanos. Una soleada mañana de octubre, Hamadi se despertó sintiendo como si le hubieran dado una descarga eléctrica. Necesitaba una dosis. Luego de vestirse con un kanga naranja estampado, se encontró con un grupo de gente en el “Sheraton”. Los comerciantes vecinos hacían la vista gorda a las actividades ilegales y, cuando un niño descalzo preguntó qué estaba pasando, un consumidor de heroína lo echó.

Discretamente, uno de los amigos de Hamadi mezcló el polvo marrón con agua dentro de una jeringa. El polvo parecía comino molido. A Hamadi le quedaban pocas venas sanas, por lo que su amigo le ayudó a inyectarse la heroína cuidadosamente en el cuello. Pronto, sus ojos comenzaron a aflojarse y una tímida sonrisa afloró en su rostro.

Cerca de ellos, dos consumidores practicaban flashblood. Uno de ellos, Iuma Omari, de 25 años, dijo que drogarse lo hacía sentir como si estuviera en los Estados Unidos, mientras se quitaba la remera para mostrar su tatuaje de la Estatua de la Libertad.

Con detalles pequeños pero significativos, el grupo tenía en cuenta su seguridad. Se turnaban para hacer las tareas, como barrer del rincón cualquier parafernalia de drogas para que ningún niño pisara una aguja usada. MDM, cuyo personal está formado en gran parte por exconsumidores de drogas, les entrega jeringas nuevas todas las semanas. Ocasionalmente, los educadores de MDM, que han sido adictos, visitan el “Sheraton” para explicarles la importancia de inyectarse con seguridad.

Una hora después de haberse inyectado, todo el grupo empezó a moverse con extrema lentitud. Hasta las risas sonaban más lentas. Hamadi almorzó en un restaurante cercano, se recostó en una silla de plástico azul y se quedó dormida rápidamente.

Aunque había vuelto a consumir heroína, estaba dando pasos para mejorar su vida. Poco tiempo después de esa mañana, Hamadi se convirtió en educadora de adictos en MDM para enseñar a otros los peligros del flashblood y de compartir agujas. Comenzó a esforzarse por mejorar la relación con su familia. Empezó a salir con Said Mohamed, que estaba tomando metadona y que poco a poco la alentó a darle otra oportunidad al tratamiento.

Pocos meses después, Hamadi decidió hacer justamente eso. En lugar de levantarse e ir al “Sheraton”, empezó a caminar 90 minutos hasta Muhimbili. (Como originalmente se había registrado allí, no podía cambiarse a la clínica de Mwanyamala). Sus mejillas empezaron a llenarse. Su sonrisa se volvió un poco más alegre. Todos tenían la esperanza de que, esta vez, ella lograría seguir el tratamiento.

No obstante, tras siete meses de excelente asistencia, Hamadi pareció oír otra vez el canto de sirena de la heroína. Al Jazeera le pidió a otro paciente de Muhimbili que la vigilara. Unos días después, el paciente envió un mensaje de texto: “Desde entonces, ¡Stamil no ha vuelto! Me da pena por ella, pues hace casi diez días que no toma su dosis. Supongo que el dolor que provoca no tomar la metadona la habrá llevado a consumir drogas”.

Sin embargo, para muchos de sus pares, la metadona ha sido algo revolucionario. “La metadona me alejó de mis problemas”, revela Mohamed, el novio de Hamadi. “Le he dicho: ‘Toma la metadona, mi amor, para que puedas cambiar. Quiero que vivamos como una familia’”.